Edificio donde se firmó el Tratado de Tordesillas
Erase una vez, hace muchos años, que los habitantes de la península ibérica, es decir, españoles y portugueses, no tuvimos mas remedio que repartirnos el mundo. Lo hicimos solemnemente, como se hacen las cosas grandes, y fue en un pueblo de Valladolid llamado Tordesillas.
El rey de Francia, Carlos VIII, al enterarse de la noticia repartitiva, cogió un Cabreo Real, tan notorio que dijo indignado: "Antes de aceptar el reparto, quiero que me muestren en que cláusula del testamento de Adán, se estipula que el mundo pertenezca a españoles y portugueses"
Pero aceptó, por la cuenta que le tenía y porque hasta ese entonces, sólo españoles y portugueses habían llegado donde nunca antes lo había hecho nadie, por mucho que le picara al impetuoso rey francés.
Por aquel entonces, España y Portugal estaban a torta limpia. Nuestro país estaba abierto al Mediterraneo, a su cultura y a su comercio, pero Portugal tenía ante sí un inmenso Oceano, todavía sin explorar.
Nuestros vecinos lusos, con mucho miedo en el cuerpo, pero todo arrojo y decisión, dieron el salto y empezaron a recorrer las costas de Africa, eso si, sin separarse de la costa por miedo a perderse y ser pasto de monstruos marinos, que no existen, pero que haberlos hailos, y en aquel entonces, más, lo que provocaba que solo marineros tan valientes como eran ellos, poquito a poco, fueran explorando el Continente Negro.
Tenían un gran problema, no podían dejar de ver las costas porque no sabían volver y, como a grandes males, grandes remedios, aprendieron el funcionamiento de los vientos, cartografiaron la costa, trazaron los primeros mapas de navegación y establecieron comercios. Y empezaron, cada vez, a ir mas lejos...
Empezaron a llegar muchas cosas de aquellos comercios, entonces, los españoles y los italianos, que estaban en todos los fregaos, mandaron sus barcos para ver que pasaba por alli.
Pero los italianos estaban muy lejos y teniendo además mucho que regatear en los puertos de las riberas del Mediterraneo, pues pusieron sus proas hacia ellos.
España, o mas bien, Castilla, llegó hasta las Canarias, se cargó a todo guanche viviente que alzó la voz e incorporó las islas para la Corona. Eso a los portugueses les sentó como una patada allí donde la espalda pierde su dulce nombre, ya que, despues de años jugandose el tipo por aquellos lares, no podían permitir que llegaran las naves españolitas para llevarse la mejor parte del negocio. Entonces, apelaron a la diplomacia de la época y nos declararon la guerra, que era como, por entonces, se arreglaban las cosas, es decir, mas o menos igual que ahora, hasta que Alfonso V por parte lusa y los Reyes Católicos por la nuestra, comieron juntos en Alcáçovas y firmaron un acuerdo que puso fin a las hostilidades.
El acuerdo de Alcáçovas venía a decir mas o menos, que de las Canarias para arriba todo lo que se hallase era para España, menos las Azores, y de Canarias para abajo, todo para Portugal. Bueno, pues todos contentos, cenita en Toledo y todos a celebrarlo en casa.
Esto dejaba a los Portugueses el camino expédito para llegar a las ansiadas Indias, fuente inagotable de riquezas y de especias, lo dicho, todos contentos.
Pero no contaban con Colón. Resulta que el Almirante, se da un paseo por el Atlántico y regresa de él diciendo que había llegado a las Indias, algo que hizo que los Portugueses agotaran las reservas mundiales de tila (Aún no estaba inventado el Tranquimazil).
Se reunieron, sus cabezas empezaron a humear, pensaron, repensaron y no encontrando ninguna solución, por si colaba, reclamaron para sí los territorios descubiertos. Al fin y al cabo, interpretando el tratado a su gusto, les correspondían.
A punto estaban de empezar a oirse de nuevo las bofetadas, cuando las cabezas pensantes españolas de la época, esgrimieron que como el Papa, era el representante de Dios en la Tierra y como el mundo es de Dios, pues esa parte de mundo aún no repartida, era de Dios, y por extensión era el Papa el único que podría determinar quien podría quedarselas.
Los Portugueses, también Católicos no tenían mas remedio que tragar con este pensamiento, y muy a regañadientes, accedieron.
Parece ser que la cabeza pensante de esta solución, no fue otra que la del propio rey Fernando. El aragonés era mas listo que el hambre y además mandaba mucho, entonces, sabiendo que el partido se jugaba en casa, decidió amañarlo. Para ello, ascendió a su colega Rodrigo de Borja, también conocido como Borgía, si claro, de los Borgia de toda la vida, el padre de César y Lucrecia, a Papa. Este valenciano, asumió el Papado con el sobrenombre de Alejandro VI y se erigió en árbitro del conflicto.
El árbitro
Los Protagonistas
Fernando VII y Juan II
Crónica del Encuentro:
En Tordesillas, Valladolid, se disputa un partido por el Campeonato del Mundo de Selecciones Nacionales. El ganador se quedará con el mejor pedazo del mundo mundial conocido y por conocer. A un lado la Escuadra Portuguesa, con su capitán al frente, su hábil goleador, el Rey Juan II y frente a ellos la Selección Española, capitaneada por el mejor jugador del momento Fernando VII de Aragón. Preside el encuentro la española Isabel I de Castilla. Arbitro, el colegiado Alejandro VI, español de Valencia, tan autoritarioque antes de empezar el encuentro ya ha amonestado con tarjeta amarilla al Capitan portugués.
La tarjeta amarilla consistía en una bula papal, la Inter Caetera, por la cual se decretaba que todo lo descubierto por Colón era de los españoles, con el único requisito de que Isabel y Fernando, se comprometiesen a evangelizar a todo bicho viviente que poblara esas tierras y el que no se dejará convertir pasara del lado de los vivientes al de los no-vivientes, eso si, por su bien y el de su Alma inmortal.
Pues resulta que Juan II, el rey portugués insinuó que el partido estaba amañado. Protesto, protesto y no le hicieron ni puñetero caso. Y en diciendo eso de "pues me voy", con una rabieta del carallo, se volvió para Lisboa a escuchar fados.
Estó provocó una nueva amonestación por parte del árbitro Alejandro VI, que publicó otra bula, donde decía cuales eran las áreas de influencia de cada país y que tierras debían de evangelizar cada uno de ellos. Para ello, el Papa hizo una raya en medio el mundo, mas o menos a unas cien leguas de las Azores y de polo a polo, estableciendo que a la izquierda de la raya los españoles podrían hacer lo que les viniera en gana, eso si, bautizando indiecitos y a la derecha les tocaba a los portugueses.
Surgió un "pequeñisimo problema" y era que del lado español no se sabía muy bien que es lo que había, aunque se intuían nuevas tierras, claro. Sin embargo, del lado portugues si se sabía lo que había. Había agua.
"Incomprensiblemente", esto cabreó, y mucho, al monarca portugués que entrevistado en "El Rondo" de aquel entonces, en contra de la costumbre que deberían de respetar todos los jugadores, de no hablar nunca de los árbitros, alegó que el árbitro era "muy casero".
En mitad del encuentro y a punto de perder por goleada, surgió la figura del mejor jugador del mundo, "O rey Juan II", el habilísimo portugués.
Reunidos en Tordesillas, el portugués propuso trazar una nueva linea de demarcación. Su primera idea consistía en volver a lo pactado en Alcáçovas, de manera que de Canarias para abajo todo para Portugal y para arriba todo para España.
Fernando VII contraatacó habilmente. Sabía que los vientos eran fundamentales, tanto para llegar a los nuevos territorios, como para su vuelta. Para ir, había que aprovechar los vientos aliseos y para volver la corriente del Golfo. Si aceptaba la propuesta portuguesa, España entregaría el Caribe a Portugal y además no pudiendo viajar desde el sur, tendría que tomar las tempestuosas aguas del norte. No colaba...
Entonces, Juan II apuntó la posibilidad de mover la raya, un pelín hacia el oeste. Entraron en la jugada por parte portuguesa Ruy de Sousa, gran delantero centro y por la española, Enriquez de Guzman, gran defensa central.
Sousa atacaba pidiendo unas cuantas leguas mas que Enriquez tenazmente defendía. Los españoles no entendían que pretendían los portugueses, ya que, las leguas que pedían, no eran nada mas que una enorme porción de Oceano.
El empuje del portugues consiguió mover la raya 270 leguas hacia el oeste. Apenas nada. Y con ello, concluyo el partido.
La sensación general era que los españoles habían ganado, y por goleada, a los portugueses. Entonces, ¿por qué los portugueses se marchaban tan contentos? La tocudez e insistencia de Sousa no eran vanas. Con casi total posibilidad los portugueses ya conocian que trazando la raya un pelín mas allá, tambien había tierras. Así, efectivamente, cuando Pedro Alvares Cabral, descubrió oficialmente Brasil, las tierras descubiertas pasaron a manos portuguesas gracias a ese pelín en que se desplazó la raya.
Después, transcurridos 30 años, ambos paises firmaron en Zaragoza un nuevo trazado, ya que ya se conocían las tierras nuevas, que no eran las Indias sino America, en manos españolas, mientras las verdaderas Indias lo estaban en manos portuguesas.
Hoy recordamos el tratado de Tordesillas, como el de la habilidad de dos formidables estrategas, que lograron dejar a un lado sus diferencias para conseguir por medio de la negociación, nada mas y nada menos, que repartirse el mundo.
Muchos gobernantes de hoy en día deberían aprender de ellos.
Dedicado a Triste Romeo con la esperanza de provocarle una sonrisa
1 comentario:
Entonces la España de los Reyes Católicos (Isabel mi reina favorita) era fuerte, y la envidia de toda nación. Ahora los problemas no son repartirse el mundo, si no sobrevivir en su flácida unidad. Es lo bonito y gracioso de la historia, ¿no?
Me gusta tu blog, me ayuda a recordar cosas que olvidé y a aprender otras cosas que no sabía.
Confieso haber sonreído, gracias por la dedicatoria compañero.
Un abrazo
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